Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

martes, 18 de diciembre de 2007

La confusión como sistema

Últimamente, quizás por la insistencia con la que hemos discutido sobre ello en estas páginas, intento pensar el sentido de la común distinción "izquierda" y "derecha". Procuro alcanzar un contenido que, una vez tras otra, se me escapa; su utilidad, por otro lado, también me parece definitivamente confusa y me lleva a pensar que su meta no es aclarar, sino emborronar la realidad y permitir que todos los gatos sean pardos. ¿Qué sentido tiene mantener algo que obstaculiza obsesivamente la comprensión de una realidad -la política- siempre más compleja y plástica de lo que una dicotomía maniquea es capaz de aprehender? A vueltas con estos viejos pensamientos, el domingo pasado tropecé con un artículo franco y rebelador, un texto en el que se muestra con claridad y sencillez la utilidad de esa distinción que tanto tiempo nos ocupa. A cuenta del dogma del cambio climático, Manuel Vicent desarrollaba en la última página de El País una basta ofensiva contra la humanidad; raza maldita, exterminadora, amante de la destrucción y del CO2; raza herética que reúne en torno a sí el mal absoluto; bestia feroz que dedica todos sus esfuerzos a aniquilar al planeta que -sin saber qué hacía- lo acogió amorosamente, como una madre despreciada. Rousseau sonreía otra vez desde las entrañas de la tierra y ésta, me temo, permaneció indiferente ante los consabidos discursos que fluyen de la culpabilidad y la mala conciencia....... En realidad, el tono del artículo no sobrepasa el nivel de los llantos impostados por alumnos de 4º de la ESO que quieren hacer ver a su profesor que han comprendido que tienen que ser solidarios, justos y ecologistas. No, no es eso lo interesante. Lo interesante y revelador es la conclusión apabullante con que el articulista cierra su breve algarada:

La naturaleza y la humanidad ocupan dos frentes ideológicos irreconciliables. La naturaleza es de izquierdas. La humanidad es de extrema derecha. Ser progresista consiste hoy en ponerse de parte del planeta en esta guerra a muerte.

En esta conclusión se cifra el valor y la utilidad de las consabidas etiquetas "izquierda" y "derecha": si algo se quiere hacer pasar por malo se le asigna al campo terrorífico de "la derecha"; lo santo, al contrario, lo bueno e inmaculado, pertenece siempre a "la izquierda". Da igual de lo que se hable, porque siempre se encuentra a mano la dicotomía para dejar claro cuál es el bando de los buenos.

Visto lo visto, una terminología tan beata como embaucadora domina hoy los discursos. Un instrumental obsoleto mantiene en la penumbra una dimensión primordial de la vida humana. Pretenden convencer de que su lenguaje se refiere a la realidad política, pero no utilizan más que apreciaciones morales tan simples como los lobos y cocos que asustan a los niños a la hora de dormir. Como cuando el franquismo reacuñó la noción de rojo para referirse al Mal, hoy sus inconfesados epígonos cruzan los dedos ante "la derecha". Unos y otros, aparentemente tan separados, se hermanan en el lenguaje, en la tosquedad intelectual, en los modos garrulos. Y en la suprema y bendita intolerancia hacia lo que no comprenden.


http://www.elpais.com/articulo/ultima/Gran/guerra/elpepiult/20071216elpepiult_1/Tes

viernes, 14 de diciembre de 2007

Protesta en Mataró.


Muchas veces hemos discutido en este foro acerca de la mejor forma de defendermos del "fascismo español"(1) que, en estos días, toma la perversa forma de nacionalismo etnicista, generalmente catalán o vasco, pero también castellano. Borja o Joaquín habitualmente centran esta lucha en la crítica de la ideología, mientras que yo creo moverme, más que en una denuncia de los falseamientos nacionalistas, en la idea de desvelar, sacar a la luz las perversas consecuencias de tener determinado discurso y ciertas actitudes.
En estos días recibí en mi correo un relato de un miembro de "Ciutadans" y me parece coherente con lo que vengo diciendo darle bombo y que lo lea cuanta más gente mejor. La historia pertenece a la coordinadora de "Ciutadans" en el Maresme Centre:


He vivido momentos de emociones al límite en este partido y puedo deciros que hoy no ha sido menos. Esta tarde en el pleno del Ayuntamiento de Mataró, me he vuelto a emocionar de verdad. Esta pequeña acción de hoy me ha hecho recordar el porqué existe C´s y el porqué debe seguir existiendo.

Hoy he entendido la importancia que a veces no le damos a pequeñas acciones que otros no hacen, como es condenar un atentado, hoy me he dado cuenta de que aquí también existe miedo y de hasta qué extremo una minoría puede controlar con el miedo de una mayoría. Esos pocos se crecen con nuestro silencio y creen que nos dominan. Entiendo a algunos compañeros que hoy han decidido no acompañarnos alegando que tienen una familia, un negocio, y que temen a los Batasunos Catalanes denominados CUP. Este partido nacionalista radical se ha negado a condenar el reciente atentado de ETA en Francia.


Os voy a relatar lo que hoy ha pasado. En total éramos 8 personas, ni muchos ni pocos, los suficientes para ser representativos en el pleno. Llevábamos un letrero cada uno con la foto de los guardias civiles asesinados por ETA, en el que ponía su nombre y edad, y abajo "ASESINADOS POR ETA", y otros letreros que decían "RECHAZAMOS LA VIOLENCIA Y A LOS QUE NO LA CONDENAN", en catalán. Los llevábamos en una bolsa y nos hemos sentado al final de la sala. Ha empezado el pleno normalmente, y cuando ha llegado el punto del orden del día relativo a la condena del atentado, el alcalde ha leído en voz alta dicho comunicado y ha dado la palabra a Safont Trias, de la CUP. Entonces nos hemos levantado, hemos sacado nuestros letreros y nos hemos quedado en silencio con ellos en la mano. Me temblaban las piernas de la emoción y de los nervios. Como estábamos detrás y los medios de comunicación estaban delante han tardado en percatarse de que estábamos allí, pero en cuanto uno se ha dado cuenta y ha empezado a fotografiarnos, los demás le han imitado, y lo mismo ha hecho el cámara de televisión. Yo llevaba la camiseta que repartió el partido el día de la Constitución con el articulo 14 escrito en ella y han venido a fotografiarla. Cuando terminó de hablar el concejal de la CUP hemos vuelto a tomar asiento, y cuando han acabado cada uno de los grupos su posicionamiento y ha vuelto hablar Safont Trias hemos vuelto a hacer lo mismo.

He sentido una mezcla de orgullo por mi partido y de emoción por las fotos de Fernando Trapero y Raul Centeno, y un gustazo de que por fin los medios de comunicación sepan que estamos allí (hace una semana cuando la CUP decidió no condenar el atentado enviamos una nota de prensa a los medios y ninguno de ellos se hizo eco). Ya no podrán negar que dejamos claro nuestro posicionamiento y espero que salga en la prensa.

Ha sido bonito, parecía que en la sala solo existían nuestras reivindicaciones con la voz de fondo del radical que reafirmaba aún mas nuestro mensaje, un mensaje de libertad, de solidaridad, de esperanza, de ilusión para hacer que en Cataluña y en otras partes de nuestro país los demócratas podamos expresarnos con libertad y poder exigir a los cargos públicos, también en los Ayuntamientos, que condenen los atentados, porque de lo contrario hieren moralmente a las víctimas y sus familiares, y vulneran la Ley de partidos.

No sólo nos han fotografiado los medios de comunicación, también lo ha hecho Juan Jubany un miembro de la CUP que hace unas semanas estaba quemando fotografías del Rey en una concentración que hicieron delante del Ayuntamiento de Mataró. Supongo que será para ponernos en la lista de personas "non gratas" de su partido o igual algún día la utilicen para hacerse dianas en su entreno batasuno de mentes retorcidas y delirantes.

Un concejal del PP ha abandonado el pleno solo para poder enviarnos un sms que decía "muy bien, con un par".

De verdad que ha sido una experiencia gratificante y creo que mañana hablarán de nosotros no sé si bien o mal, pero que hablen….

Espero que poco a poco esas personas que nos llaman fascistas a nosotros por pedir la igualdad vean a qué personas han votado, en el caso de Mataró os aseguro qua ya hay muchos que se están arrepintiendo de haberlo hecho.

Gracias a todos por vuestras muestras de apoyo.

Nada más.


(1) He decidido ir substituyendo las expresiones "nacionalismo vasco", "nacionalismo catalán", "etnicismo" y similares, por la expresión "fascismo español". Por regla general el éxito de una filosofía o de una teoría científica, no reside en la genialidad y la novedad de sus nuevas ideas, sino en que son capaces de ofrecer redescripciones de los acontecimientos, de tal forma que cosas que se categorizaban diferentes pueden entenderse como la misma realidad. Eso ocurrió, por ejemplo, cuando Newton mostraba que el mundo sublunar y el supralunar podían considerarse bajo las mismas leyes, o cuando Einstein se empeño en enseñarnos una redescripción de la realidad según la cual el espacio y el tiempo pueden ser la misma cosa. En este sentido la expresión "fascismo español" redescribe y aglutina acontecimientos que, en otros léxicos, se categorizan de modo distinto, pero que las experiencias nos muestran una y otra vez, de qué perversa forma pueden comprenderse y explicarse del mismo modo.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Más allá de interpretaciones

Margarita Uría, portavoz del PNV, en la sesión del congreso español de los diputados que trataba una moción para emprender la ilegalización de Acción Nacionalista Vasca:
Nosotros creemos en la reinserción, y no en tratar al terrorismo como a una alimaña.
¿No queda ahora claro?

viernes, 7 de diciembre de 2007

Pido un minuto de silencio por la educación...

Desde un apartado rincón de esta "blogsfera" Zápiro nos enlazó con su página, Espectroscopio, donde escribe, entre muchas cosas interesantes, un comentario breve que me ha hecho gracia; humor negro, claro:


"Pido un minuto de silencio, por la Educación.(Durante el mismo, si les parece, podemos aprovechar para leer el siguiente párrafo, perteneciente al Boja. Estamos hablando de 4º de ESO; del desarrollo curricular, en Andalucía, de la asignatura de Lengua castellana y Literatura. )
B O J A Boletín Oficial de la Junta de Andalucíanúm. 171 Sevilla, 30 de agosto 2007
[...]
Escribir en el ámbito escolar tiene una variedad de posibilidades para su desarrollo y exige todos los esfuerzos posibles para conseguir su dominio. Escribir para pensar y darle forma al pensamiento, prepararlo para una producción de mensajes planificados y organizados. Escribir para comunicar de forma reglada ideas, sentimientos con la posibilidad (y trascendencia) de que queden guardados, se revisen, se hable sobre ellos. Escribir para transmitir mensajes diarios, prácticos para la vida, especialmente en lenguas extranjeras para favorecer un intercambio fluido de información. Escribir para comprender y compartir la experiencia de creadores reconocidos que son patrimonio general y en especial de Andalucía.
[...]"


Sin comentarios.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Bengalas

El estudio de la Fundación BBVA es sobradamente conocido ya por todos; resulta que se confirma que Cataluña es una de las comunidades autónomas que más aportan a las arcas del estado, algo que llevan haciendo los últimos quince años; pero no es menos cierto que lo mismo ocurre con Madrid, la Comunidad Valenciana o Baleares. De hecho los madrileños aportan el doble que Cataluña y el déficit fiscal catalán, una de esas palabras que forman parte del lenguaje común del nacionalista payés, está en la mitad del madrileño (10,2% en Madrid y 5,2% en Cataluña). Esto viene a decir que cada catalán aporta al estado a través de los impuestos 6.849 euros, de los que el estado le devuelve en forma de servicios 5.359 euros, lo que significa que le “regala” al estado un total de 1.490, en principio destinados a intereses muy ajenos a un labrador del Ampurdán o un funcionario de Gerona, por ejemplo la autovía del cantábrico, que actualmente está terminando de vertebrar Asturias. La situación para un madrileño es aún peor, pues la cantidad que viene a aportar a las arcas públicas a “fondo perdido” es de 2.077 euros, lo que hace que los servicios que el estado le presta a cambio de su contribución tengan un coste máximo. Por la contra, en comunidades como Andalucía o Extremadura esta realidad se invierte, convirtiéndose sus ciudadanos en lugar de en “donantes solidarios”, en agradecidos receptores de fondos públicos. Resulta sangrante, como siempre, el caso de País Vasco o Navarra que, pese a ser comunidades en las que el PIB está por encima de la media nacional, sus ciudadanos también son merecedores de gravar negativamente las arcas públicas.

Con todo esto, los profesores Ezequiel Uriel y Ramón Barberán, ambos catedráticos de economía, han abierto la caja de los truenos; y no me refiero a que, como consecuencia de la catarsis de los números y las balanzas, los españoles vayamos a, por fin, entrar en razón. No va a ocurrir que los catalanes alumbrados pos la “realidad” abandonarán sus exigencias, o los vascos renegociarán los acuerdos sobre la financiación en pro de la solidaridad; que va. Contra todas las posibles conclusiones, se avecina tormenta, es decir, una avalancha de estudios que, desde ópticas y criterios dispares, no nos ayuden aclarar posturas, sino más bien a enquistarlas. Esquerra ya ha avisado: están preparando su propia versión de dichas balanzas para diciembre, y con toda seguridad las conclusiones del nuevo estudio serán dramáticamente diferentes, lo que no le va a sorprender a nadie; también la Generalidad de Cataluña publicará su propio “ensayo” a finales de año; y según dicen, aquí los madrileños contarán con un superávit frente a los catalanes, apostados desde hace años en el déficit.

El resultado de toda esta tormenta de estudios será, probablemente, la muerte de los mensajeros: para unos el estudio del BBVA, capcioso y politizado, no responderá sino a los intereses políticos de la derecha, empeñada en derribar al demonio zapatista y hacerles crecer el rabo y los cuernos a los insolidarios nacionalistas; para otros, los datos de Esquerra o de la Generalidad serán claramente ideológicos y sus conclusiones falseadoras. Finalmente, tras la marea de números, éstos resultarán irrelevantes, primando frente a cualquier otra consideración, la voluntad y la ideología y afianzándose sólo una cuestión en todas las mentes: la mala fe del contrincante. Y lo peor de todo es que, seguramente, todos tengan razón.

Ya se empiezan a escuchar críticas procedimentales: al análisis del BBVA se le achaca que saca fuera de las inversiones en la Comunidad de Madrid los llamados “gastos de capitalidad” o, al menos, no los cuenta todos. Por ejemplo, respecto al museo del Prado, en el centro de Madrid, el estado ha invertido una cantidad considerable de euros en su ampliación y gasta anualmente una buena partida presupuestaria en distintas actividades y en su mantenimiento. El estudio de los catedráticos considera que sólo una parte de este dinero puede tenerse en cuenta como inversión en la Comunidad, pero que la mayor parte debe ser considerada como un gasto “estatal” y, por tanto, dividida entre todas las comunidades. Esto no sólo pasa con el Museo del Prado, como se puede uno imaginar, sino con prácticamente todos los organismos públicos del estado y, supongo, que también con el aeropuerto, las infraestructuras en telecomunicaciones, transporte… etc.

Es más que claro que los próximos estudios venidos de las tierras allende el Ebro tendrán en cuenta este tipo de cuestiones y, considerarán que la inversión que se hace en la Comunidad de Madrid, por razón a su capitalidad, es mucho mayor de lo que se considera en la investigación recientemente publicada. Y en cierta forma tendrán razón; es verdad que el aeropuerto de Barajas o el museo del Prado no son cuestiones estrictamente “madrileñas”, pero también lo es que estas infraestructuras o servicios inciden primariamente sobre la Comunidad de Madrid y, secundariamente sobre el resto del estado. Si el Museo del Prado, seguramente uno de los más importantes reclamos turísticos de nuestro país, o la T4, principal puerta de entrada internacional en España, estuvieran en Barcelona, seguirían siendo “cuestiones de estado”, pero resultarían un motor económico de primer orden para Cataluña.

Estos estudios están por tanto lejos de la objetividad científica ya que dependen de posturas demasiado arbitrarias: decidir en qué saco meto cada euro. Respecto de algunos billetes, unos y otros lo tendrán bastante claro, por ejemplo, lo que se gasta la Generalidad catalana en el fomento del catalán parece que, razonablemente, no se le puede atribuir a un ciudadano de La Rioja. Pero respecto de otras cantidades la duda implica el error necesario en cualquiera de los casos.

El problema del estudio de la Fundación BBVA y, por descontado, de los que le seguirán, no es, efectivamente, su carácter ideológico, sino los mismos términos en los que se realizan este tipo de análisis y, sobre todo, su función práctica. En primer lugar, para siquiera plantear tal investigación, es necesario situarse en una realidad ficticia, la de que las comunidades autónomas pueden ser tenidas en cuenta como “mini-estados” que establecen relaciones económicas entre sí, a través de un organismo que se ocupa de distribuir el dinero recaudado entre todos: el estado central. Esto lo llevan haciendo los nacionalistas durante los últimos veinticinco años y, a fuerza de repetición, ha calado en el lenguaje y, por lo que se ve, en los estudios universitarios. Pero, evidentemente, es una situación del todo ilusoria y, por este carácter, cualquier intento de precisión desde esta óptica no puede ser considerado mucho más que “literatura política”.

La realidad es que, pese a los intentos más o menos capciosos de la propaganda autonómica, hoy por hoy, sólo hay un estado en este país y, tanto el dinero que gasta la Generalidad catalana en TV3 como la Junta de Extremadura en pagar ordenadores, o el gobierno central en llevar el AVE a Cataluña, si es que algún día llega, es dinero que gasta el estado español en ofrecer servicios a sus ciudadanos, a todos sus ciudadanos. El Ave a Cataluña no es algo que interese sólo a los catalanes, sino que nos interesa a todos, igual que la autovía del cantábrico, el Museo del Prado, las escuelas en Tarragona y Benidorm, o un aeropuerto más competitivo en el Prat.

No se trata, por tanto, de exigir solidaridad a las comunidades ricas frente a las pobres, sino de darse cuenta de que las carencias de Extremadura, lo son también de Cataluña o Madrid. Actuar como si fuésemos un agregado de miniestados puede estar bien para la retórica política autonómica, pero a la hora de analizar la situación económica en virtud de una mejora, resulta del todo inútil y sólo sirve para refrescar discursos vacuos (aunque rentables en cuanto a votos).

Por eso, dudo mucho que estudios como el que acaba de publicar el BBVA tengan alguna función práctica; más bien al contrario. Al plantear las cuentas desde la óptica de las distintas cajas autonómicas, hacen que los ciudadanos entiendan el estado al modo de las hinchadas futboleras; lo que lleva a que algunos catalanes, con cierta razón, estén permanentemente enfadados con el árbitro y algunos madrileños, también justificados, vivan con satisfacción los socavones del AVE al paso por Manresa, o el colapso del Prat cada primero de agosto.

Los próximos estudios ahondarán en esta situación; y si seguimos con cuestiones de este tipo, finalmente, tendremos que ponernos las camisetas de nuestra hinchada y me da que no van a ser de colores muy vistosos.

Espero que algunos no se pasen tirando bengalas en el campo.

jueves, 29 de noviembre de 2007

La víctima

Una de las posiciones más codiciadas hoy en día es la de víctima. Quien se hace con la aureola del damnificado se considera amparado en todas sus exigencias por el simple gesto de señalar la cantidad de ofensas de las que ha sido objeto. El perjuicio cometido contra uno, de esta manera, parece justificar una revancha ilimitada. Hay víctimas de todas las clases y pretensiones, pero entre ellas destacan las que han sufrido daños ficticios: las dimensiones de su rabia contra el mundo parecen proporcionadas a lo fantástico e imaginario de la herida que muestran al resto de los hombres. Quien pretende conseguir algo, en vez de esgrimir argumentos y mostrar razones, rebusca en los bolsillos ancestrales para encontrar una injusticia que, por pasada o inventada que sea, haga válida cualquier reivindicación y convierta en innegable la deuda.

Añadiendo una variación más a tantas palabras aquí escritas, el caso de la lengua catalana es el de un claro aspirante al campeonato de víctimas. Una lengua arriconada -nos repiten- perseguida, maniatada, desterrada por sus verdugos particulares a los extrarradios de la historia. El relato de la persecución y el exterminio acrece cada día para sustentar la defensa de cualquier acción que se destine a la defensa caballeresca de la lengua-víctima. En medio de todo este ruido, surgiendo de entre la impostura de los sollozos y la compasión lastimera, se adivina una imagen certera de la mentira.

Construir un universo ficticio en el que la lengua catalana es oprimida por la imperialista y opresora Castilla, además de falsedad empírica, es la taimada estrategia de quien -pobrecito- pretende blindarse ante cualquier hecho o argumentación que muestre lo que de verdadero hay en las cosas. La estratagema no deja de ser curiosa. La compasión y la estupidez hacen el resto. Además de vernos salpicados por esas lágrimas falsarias y esos lamentos insoportables, aquí los verdugos nos vemos sujetos a las implicaciones y consecuencias políticas de esa pose: la aceptación de los daños ficticios justifican que el estado se involucre e intervenga en la defensa del desvalido. Bajo argumentación tan burda -pero tan efectiva- se ampara la acción totalitaria de la Generalidad, que en defensa del "débil" se cree investida de la potestad de menoscabar y arrinconar al "fuerte". Sólo en el seno de esta ficción patológica se entiende que en Cataluña ocurran cosas impensables en el resto de europa, como que a los comerciantes les obliguen a rotular sus establecimientos en catalán o a los niños se les vigile en los recreos para confirmar que no usan la lengua de los castellanos impuros.

En todo este asunto, por supuesto, lo que menos importa al nacionalista es la lengua catalana, así como menos aun los catalanes mismos. Lo peor que puede ocurrirle a una lengua es el convertirse en fetiche de los ideólogos; entonces se reseca, se agrieta, supura de gangrena y artificio.Si tuviera importancia para ellos, sería conveniente recordar a esos amantes de la lengua que ninguna ha florecido a través de tácticas tan vulgares. Agitar el catalán como si fuera un leproso digno de lástima, como si fuera un negrito de biafra esperando la acción salvadora del misionero, como si fuera una ancianita lánguida asaltada por un ladrón marrullero, sólo puede servir para anunciar su debilidad y decadencia naturales.
Lo mejor que puede hacer el catalán por su lengua es permitirle la vida natural de las lenguas, su desenvolvimiento en el mundo real en el que idiomas y hablantes conviven, compiten, aman y blasfeman; dejar, en fin, que conozca el mundo y se haga fuerte. De lo contrario la están condenando a la vida bella e ineficaz de las quimeras. O a la estéril búsqueda de la eternidad que Michael Jackson persigue en su burbuja.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Miniatura

Políticos empequeñecidos, vulgares, vanidosos como cáscaras. A menudo pienso que dedicarles tiempo y espacio no es más que vernos atrapados en sus estrategias de notoriedad. En correspondencia a su tamaño mínimo, sólo merecen miniaturas. Parece que todas las imbecilidades que dicen no tienen por objeto más que atraer nuestra atención, desatar nuestra furia, mantenernos ocupados en las futilidades que llaman "el presente". Lo que tomamos como producto de la debilidad mental o la mala fe quizás no sea más que el recurso que utilizan para ser objeto -aun despreciado- del intelecto (de otros). Un modo retorcido de participar de la inteligencia. Por eso balbucean sus insensateces, procuran el escándalo mostrándose en su zafiedad y su miseria; por eso se copian a sí mismos y ritualizan -inalterable- su espectáculo de mentecatez.; por eso cada uno se ata a su guión como la vela al viento. Su carrera depende de ocupar un día más el escenario de ese cabaret grotesco. Por eso el venerable Montilla -tras su gran hit idéntico de hace un par de semanas- se cita a sí mismo y repite su aria como un tenor envejecido: "La realidad de España y Cataluña es el desapego".

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Manual del perfecto Idiota Latinoaméricano

Cuelgo, en esta ocasión, fragmentos de una obra que me ha divertido estos últimos días. Es un texto que ya tiene unos años y analiza, en un tono ameno y divertido el fenómeno "progre" en Latinoamérica. Mendoza, Montaner y Vargas Llosa, no se dejan ni uno solo de los tópicos y anclajes del pensamiento revolucionario de izquierdas en el continente maya y, de paso, lo trituran.

Su crítica se hace desde una postura puramente liberal que considera que la creación de riqueza es una cosa que no puede recaer en manos del estado, sino únicamente sobre la iniciativa de la socidad civil, de ahí, la miseria de los países de américa del sur. Veréis que sus afiladas líneas no dejan títere con cabeza y llevan la crítica tanto al socialismo de Castro, como a los intentos de social-democracia latinoamericana. Seguramente habría mucho que decir en su contra, pero también muchas cosas que no podemos no subrayar. De esta obra cuelgo tres capítulos que me parecen especialmente interesantes, aunque la obra completa no tiene desperdicio; si queréis el texto completo, pedírmelo por mail o descargarlo directamente de Emule.

Reciéntemente, a penas hace cinco meses, han publicado una segunda parte de esta obra: "El Regreso del idiota". Se mueven aquí en las mismas tésis, pero aplicadas a la realidad que vivimos actualmente en la que, según ellos, después de una decepcionante década de los noventa, vuelven a resurgir "idiotas" en el continente: Chávez, Ortega, Evo Morales..." Me resulta más interesante esta última obra por su actualidad y también porque se pueden trazar paralelismos perversos entre lo que sucede allende los mares y nuestro territorio patrio; resulta revelador, por ejemplo, el papel que el los últimos años ha tomado el "indigenismo" en latinoamérica y sus estrategias de "imposición", no muy alejadas de nuestros variopintos, pero tambien, "indigenismos". De este texto, desgraciadamente no cuelgo nada, ya que no he encontrado una edición digital y estoy perezoso con el escaner. De todas formas, a esto último no me niego si hay petición popular...

martes, 6 de noviembre de 2007

Orden en el caos

Madrid, todas las mañanas, se sume en su caos y su ruido. A medida que el sol débil de noviembre ilumina dubitativo los resquicios del día naciente, el nuevo desorden irrumpe a través del grito de los motores, a través de la prisa que conmueve las calles o de los desperdicios repartidos por miles de vagones del metro. Todo empieza a funcionar como una máquina desajustada y torpe que rompe el sosiego de la noche. En el centro de la furia, rodeado de millares de coches, y de vendedores del cupón, y de funcionarios y mendigos, los muros del Jardín Botánico delimitan un espacio que -como única forma de supervivencia- se perpetra ante la ofensiva terrible de la realidad. Creyendo conservar el orden tras sus muros, el jardín no advierte que forma parte íntima del desconcierto que es la ciudad, donde todo convive en fantástica mezcolanza. Eso es la ciudad, el hábitat donde todo es posible; una infinita gradación que lleva de la miseria al esplendor, de la suciedad a la belleza, de la acción heroica a la desolación y el crimen; muchos tiempos y muchos lugares obligados a compartir un presente incierto.
A la hora del mediodía el sol ha adquirido fuerza y color y se filtra a través de las ramas despeinadas del Jardín; los paseos geométricos que lo cruzan, trazados con la fuerza y la constancia de un sueño, reflejan el claroscuro que los árboles vierten sobre el suelo. Las fuentes de piedra destellean por la caída comprensible de las hojas del otoño. Los plátanos, los castaños, los olmos se aparecen descoloridos por la cercanía del invierno y se rodean de los desperdicios de hojas y frutos que el verano dejó a su marcha. Los álamos muestran su imponente espalda flamígera. Todo se conjura para crear una realidad amable, bella y placentera, para inaugurar un reino alejado de lo urgente y lo deslabazado, pero también para advertir de su fragilidad.

Mientras, afuera, aumenta el murmullo hostigador del tráfico y se oyen voces y sonidos ininteligibles.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Si Haro estuviera aquí...

Eduardo Haro Tecglen fue un escritor y periodista, muerto en el 2005, que posiblemente no sea del agrado de los feacios. Es preciso reconocer que escribió básicamente de temas políticos desde una posición sectaria y maniquea (a favor de “los rojos”, naturalmente). Sin embargo lo más interesante de sus columnas en el País no solían ser los artículos que trataban de política sino de otros temas a los que Haro daba un tratamiento muy particular y políticamente incorrectísimo.

Estos días lo hecho de menos. Barrunto que si Haro estuviera aquí no dejaría la ocasión de escribir sobre el avión retenido en el Chad acusado de tráfico de niños, era un asunto que le interesaba y trataba a menudo. Lo hecho especialmente de menos porque él se hubiera atrevido a plantear el problema en unos términos no habituales. La información sobre el suceso insiste en la presunción de inocencia y las dudas sobre la institución judicial en el Chad. Pero supongamos que la acusación es cierta: que la ONG el arca de Zoé y la tripulación estén implicados en un caso de tráfico de niños. ¿quién osaría defender a los traficantes de seres humanos? Todos nos apresuraríamos a condenar el hecho y reclamar un castigo para los implicados porque su delito es horrible, pero…

¿Nos preocupan más los niños o acallar nuestras conciencias? Si la acusación es cierta lo más probable es que los niños fueran literalmente comparados a sus padres de tal modo que los padres están de acuerdo y han adquirido un capital que les permitirá sacar adelante al resto de su prole, los niños es seguro que encontrarán otro futuro mejor en Europa y los padres adoptivos también estarían satisfechos. Sin embargo nos parece horrible que se comercie con seres humanos. ¿y si, como es más probable, los niños africanos son obligados a trabajar desde una temprana edad en condiciones infrahumanas y apenas tienen que comer? ¿y si algunos mueren de inanición o como “daños colaterales” en la guerra del Chad? ¿cuál es la diferencia? Que nuestra conciencia de occidentales está más tranquila y satisfecha consigo misma. Los hechos son peores, pero nuestra conciencia está limpia: si los niños carecen de futuro no será por nuestra culpa. Nos escandaliza el tráfico de seres humanos pero permanecemos indiferentes ante la injusticia y la miseria, preferimos que se mueran de hambre antes de permitir que se vulnere su dignidad, su derecho a no ser tratados como mercancía. ¡Qué hipocresía!, diría Haro. Esos niños son mercancía desde el momento mismo de su nacimiento y lo que “la justicia” ha impedido es que alcancen un horizonte donde puedan dejar de serlo, donde alcancen una auténtica dimensión humana. Si el mundo es una porquería no podemos regirnos por normas que están pensadas para ordenar “el mejor de los mundos posibles”

Todo esto lo diría Haro, yo no. Pero necesita escucharlo.

jueves, 25 de octubre de 2007

¿Ha pasado el tiempo de los héroes?.
Óscar Sánchez Vega

El caprichoso destino ha querido que dos noticias coincidan en el tiempo: Una, la muerte de un joven en Valencia como consecuencia del fuerte golpe recibido cuando se disponía a socorrer a una chica maltratada; otra, la difusión del vídeo de la agresión del impresentable de turno a una adolescente ecuatoriana, mientras otro joven observa imperturbable la escena. El joven valenciano encontró la muerte por realizar lo correcto, mientras que el barcelonés (y no me estoy metiendo con los catalanes, no quiero decir que la cobardía es un rasgo de su “carácter nacional”…) se inhibe de actuar y recibe el premio de continuar su vida, como si nada hubiera pasado, como si nada hubiera presenciado… ¿o no? ¿Le reconocerán su familia y amigos en el célebre vídeo? ¿habrá confesado a estos que él era el que presenció la escena sin mover un dedo? ¿qué imagen de si mismo le devolverá el espejo cuando se mire en él?

No podemos exigir a los ciudadanos ( porque de eso se trata: de perfilar lo que es un ciudadano) que no tengan miedo, no podemos pedirles que se apunten voluntarios a una ONG (esto último dudo que sea siquiera recomendable), o que dediquen parte de su tiempo a tareas socialmente útiles para la comunidad; pero deberíamos exigirles, a ellos y a nosotros mismos, que se comporten dignamente cuando la ocasión lo requiera.

A mi modo de ver una concepción trágica de la vida ayuda no poco. Pienso que es de estúpidos y temerarios ir en busca del peligro, la violencia y la muerte, pero es posible que la vida te lleve a una encrucijada donde no haya otra salida digna, una que te permita mirarte al espejo al día siguiente. Pienso que los mitos son esquemas, unos más racionales o útiles que otros, que nos explican una situación y nos dan una pauta de acción. El mito del libre albedrio es útil y necesario en ocasiones, pero otras veces es preferible dejarnos llevar por el mito del hado y el destino. En una situación como la del metro es preferible no cavilar demasiado, levantarse maldiciendo tu suerte por haber cogido aquel tren y presenciar la escena, y, temblando de miedo, ir al encuentro de un mal golpe o una traicionera puñalada. Cualquier otra acción, o mejor inacción, es indigna y humillante para el espectador y para la sociedad entera que no pude menos que reconocerse en el anónimo cobarde.

miércoles, 17 de octubre de 2007

El cambio lunático

Parece algo de otro tiempo, pero aún siguen repartiendo el Nobel de la Paz. A pesar de haber ya premiado a todo tipo de gentuza, a pesar de haber cien veces mostrado una comprensión escasa de los conflictos que retuercen al mundo, los académicos suecos siguen empeñados en pulverizar el poco prestigio que aún conservan. Premios enormemente lucrativo, pero cada vez más inútiles y ridículos; cada vez más vulgares y carentes de rigor académico; cada vez más voceros de la ideología única que -desde todos los ámbitos imaginables- se procura inocular a una población rebañuna y lista para consumir. El concepto de "paz" es un constructo de difícil determinación y dudosa valía, pero se ha convertido en el modo de vender y justificar cualquier cosa; si antes fue la figura siniestra de Arafat, o la gran debacle de Gorbachov, o el diploma de limpieza política de los terroristas norirlandeses, ahora sirve para legitimar el llamado "cambio climático" como único problema político de digna y prescriptiva atención. La maniobra ideológica implicada en la operación es elemental: ante la magnitud del desastre, ante la dimensión incomparable del armaggedon que se avecina, todo otro problema se desvanece; los problemas políticos -y ante todo el problema básico: la libertad- pierden relevancia; el terrorismo se demuestra como un fenómeno menor ante el auténtico "terrorismo contra la madre tierra"; los individuos y sus urgencias se diluyen en la emergencia universal que por doquier los profetas proclaman. El tamaño inabarcable del problema sirve para esconder todo lo limitado y afectado por la mancha impura del tiempo y el espacio. Esta estrategia ideológica -que ya el presidente Zapatero ha utilizado para camuflar la negociación con la camarilla de asesinos de ETA, mostrando su insignificancia relativa en relación al "gran reto del siglo XXI"- obtiene cuantiosos réditos, no sólo dinerarios, sino ante todo de dominio político, ya que logra inducir una distorsión perceptiva que lleva a los hombres a permanecer indiferentes ante los problemas y amenazas efectivas mientras, por otro lado, observan como daños reales vagas predicciones apocalípticas y ensueños fatalistas. El problema del cambio climático se enuncia en términos tan equívocos que cuesta mucho alcanzar algún respecto no enturbiado por la ideología. Por ejemplo, la mayoría de las veces parece que el hecho de que exista cambio en el clima es aterrador, cuando la señal inequívoca de un problema insalvable sería su inmutabilidad: mientras el cambio está presente en todo sistema vivo, la permanencia e inalterabilidad son propios de lo carente de vida y, cabría decir, de existencia. Otras veces la amenaza milenarista se cifra bajo la denominación cursi de "calentamiento global"; en este caso tampoco queda claro a qué se refiere la catástrofe, ya que la condición viva de la tierra está íntimamente vinculada a la oscilación de las temperaturas, existiendo períodos cálidos y fríos sucesivos sin que ninguno de ellos haya, hasta ahora, amenazado la supervivencia del planeta en su conjunto. Ha habido épocas mucho más cálidas y, precisamente porque hoy vivimos el período regresivo de una glaciación, es natural que "se caliente la tierra"; sabemos positivamente que hacia el año mil el mundo vivía un clima más templado que el actual, de manera que el nombre que los vikingos pusieron a Groenlandia no fue "tierra de hielo" o algo similar, sino "tierra verde" (en inglés Greenland): a diferencia de hoy, el hielo no cubría la isla, y se descubrían en ella lo que debían ser impresionantes masas de vegetación.

La ideologización de todo, la utilización de cualquier ámbito vital para satisfacer fines espúrios e inconfesables, es propia de la vulgarización política que hoy nos rodea. No quiero con esto decir nada sobre el cambio climático en sí, sino señalar que el grueso de la cuestión está inducido por un interés ideológico; si existen evidencias sobre tales amenazas es preciso enunciarlas de manera que no se dirijan exclusivamente a niños o subnormales. Todavía no he oído un razonamiento riguroso al respecto. Pretenden atemorizarnos señalando estudios científicos, pero sólo proporcionan películas y palabras piadosas. Como en tantos otros asuntos, es necesario arrancarse el velo ideológico para juzgar las cosas de manera libre y rigurosa. En caso contrario, el cambio climático es, efectivamente, una gran amenaza: contra el pensamiento crítico.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Diosecillos, reyezuelos y aprendices de tirano.

En los días que han transcurrido desde el fin del verano hemos contemplado cómo la realidad política española se ha convulsionado vertiginosamente. Hechos hace pocos años impensables -incluso altamente improbables hace sólo unos meses- han estallado de manera sincrónica amenazando no a este o aquel detalle, sino al sistema constitucional en su conjunto. El ámbito de lo posible se ha ensanchado inadvertidamente hasta alcanzar dimensiones temibles. Los secesionistas se apoderan violentamente de las calles y amenazan a los disidentes con descerrajarles la cabeza de un tiro; queman efigies en actos de fe que evocan la quema de herejes; introducen con asumida normalidad la figura de los "comisarios (político-)lingüísticos" con el fin de evitar que los alumnos hablen su lengua materna; por otra parte, el caudillo de los vascos anuncia en el pequeño Nüremberg euskaldún la fecha de su anunciado golpe de estado; los ayuntamientos nacionalistas se proclaman en rebelión abierta contra las leyes... Nadie que posea visión podrá objetarme que diga que nos encontramos ante una crisis soberbia del sistema político español, esto es, del sistema democrático instaurado en 1978. De un lado, los nazis de todos los partidos al asalto del poder; del otro... ¡no hay nadie! ¿Dónde está el gobierno encargado de vigilar el cumplimiento de la legalidad? ¿Dónde los poderes legítimos del estado? Parece ser que están dialogando, lo que es otra forma de decir que se niegan a hacer. La inacción del gobierno, no obstante, es jaleada y justificada por la proliferación de enanos que creen idónea la ocasión para convertirse en señores absolutos o déspotas orientales investidos del poder de decidir qué leyes han de regir en cada momento; unos afirman que no es necesario hacer cumplir el artículo 155 de la constitución; otros (¡el ministro de justicia!) deciden que la ley de símbolos oficiales puede no ser obedecida porque la supone menos importante que otras normas. Los aspirantes a diosecillo encuentran que, por encima de la ley, se encuentra su santa voluntad, y se invisten del poder de elegir -en cada momento- qué leyes han de ser observadas y cuáles han de ver su aplicación suspendida. Estos tan "progres" señores -y tan preocupados por el fascismo de "la derecha"- parecen unánimes en confundir la ley con lo que ellos consideran adecuado; así, se manifiestan en íntimo y sospechoso acuerdo con la célebre fórmula acuñada por el nacionalsocialismo alemán durante los años treinta: la voluntad del Führer es ley.

El Gran Peligro no proviene de las mamarrachadas independentistas, sino del abandono por parte de los poderes públicos de su obligación de hacer cumplir las leyes legítimamente promulgadas. Esta es la verdadera amenaza, porque de la validez práctica del sistema jurídico depende esa libertad del ciudadano -que no es "libre por naturaleza", sino por ley- opuesta a la sumisión que caracteriza al súbdito. En el momento en que las leyes se convierten en papel mojado nos encontramos en el terreno de un totalitarismo probable, ya que quien posea fuerza suficiente la empleará sin límite alguno. La parodia cuasicómica de los personajes mediocres que se piensan dioses situados más allá de las leyes presagia la realización efectiva de una dominación que, de hecho, esté más allá y acabe con los restos del sistema legal encargado de proteger al individuo de las arbitrariedades del poder.

Cuando esos tozudos tiranuelos en ciernes, dotados de su concepto prerromano del derecho y su tosca intención partidista, imponen tal refinada concepción del estado; cuando trepan hasta las más importantes magistraturas y jefaturas y se comportan como pueriles activistas antisistema... En ese momento cabe advertir que la constitución de 1978 es, de facto, un trozo de papel despojado de todo efecto existencial, porque ellos hacen la ley "sobre la marcha" decidiendo a cada instante qué aplicar y qué no. Vano es recordar que una constitución no es una simple declaración de intenciones -tal y como nos quieren hacer creer- sino un cuerpo normativo que sólo existe de modo efectivo en tanto exige el cumplimiento íntegro de sus preceptos. Incluso, si es el caso, a través de la coacción y la violencia legítimas que para ello contempla. Lo contrario es mala retórica. Lo contrario es la pantomima o la farsa. Ejemplos más o menos recientes de imposturas de esta naturaleza presagian un futuro poco deseable o terrible, pero que no me atrevo a predecir. Que cada cual haga sus apuestas sobre cómo acabará esta constitución política que se muere. A mí se me ocurren dos casos que admiten cierto parecido:

  1. ¿Como la constitución de la República de Weimar, que siguió formalmente vigente durante los años de gobierno nacionalsocialista porque Hitler ni siquiera se preocupó de su derogación?
  2. ¿Como la constitución soviética promulgada por Stalin en 1936, que incluía una enumeración tan exhaustiva como inútil de los derechos individuales que el régimen nunca se procuró de hacer respetar?

lunes, 24 de septiembre de 2007

Un partido necesario


El próximo día 29 nacerá en Madrid un nuevo partido: UPyD (Unión, Progreso y Democracia. Esperemos que las urgentes decisiones que el nuevo partido debe adoptar sean más afortunadas que la elección del nombre de la criatura). Nace bajo los auspicios de la gente que lleva años trabajando en “Basta Ya”: Rosa Díez, Fernando Savater, Carlos Martínez Gorriarán… Defenderá la necesidad de un estado fuerte que garantice la igualdad de todos los españoles y tiene como fundamento teórico los ideales ilustrados que, esperemos, esgrima con pericia frente a las huestes romántico-nacionalistas.

Temo que el debate de las próximas semanas se desarrolle en un territorio estéril: ¿A quién le quitará votos UPyD, al PSOE o al PP? No es esta la cuestión. Lo importante del nuevo partido es que va a cambiar el panorama político de un modo imprevisible. Incluso aunque no alcance el éxito electoral, su sola existencia puede alterar los planteamientos de los dos grandes partidos, especialmente del PSOE, y sólo por ello habrá merecido la pena.

El sábado se publicará un manifiesto con las líneas maestras del partido, en el que no habrá grandes sorpresas. Sólo tengo la duda si el partido adoptará un decidido tono laicista, lo que sería muy de desear para darle un contenido al partido, coherente con su raigambre ilustrada, que vaya más allá de la crítica al nacionalismo y marcar las distancias con el PP. Yo por mi parte espero el acontecimiento con ilusión, dispuesto a perder, a mis cuarenta años, la virginidad política para contribuir al nuevo proyecto. Me viene a la mente las imágenes de la noche electoral de las últimas elecciones generales cuando los simpatizantes del PSOE cantaban aquello de: Zapatero, no nos falles. Pues eso.

martes, 18 de septiembre de 2007

La ciudad de los prodigios.
Eduardo Abril Acero

Estos últimos días, en algún rato que tengo, y gracias a mi recién estrenado carnet de lector de la Generalidad Valenciana, ando leyendo un libro de Eduardo Mendoza, "La ciudad de los prodigios". El texto en cuestión, narra las peripecias de Onofre Bouvila, un joven anarquista catalán, durante la época de la Exposición Universal de Barcelona de finales del siglo XIX. Por lo que he leído y, ayudado por el título, es facil ver que tipo de sensaciones pretende hacernos paladear el autor: una ciudad noble y celosa de su libertad y, unos ciudadanos, los barceloneses, inteligentes y guerreros que, pese a un sistema injusto y a un estado irracional, son capaces de ser brillantes.
En el texto me ha llamado la atención el relato que hace el autor del origen llamado "parque de la Ciudadela", donde estaban realizándose las faraónicas obras del proyecto barcelonés. Me gustaría que lo leyeseis y opináseis; sería conveniente contar con algún historiador versado que arrojase un poco de luz (al menos) a mi ignorancia, pues desconozco el grado de realidad y de ficción de lo que aquí se describe.
Un saludo a todos.

lunes, 17 de septiembre de 2007

De aquellos barros, estos lodos.

Hoy he escuchado en una tertulia radiofónica una noticia curiosa: en el seno del Consejo del Poder Judicial hay un cuerpo extraño, uno de los magistrados a veces vota con la mayoría conservadora y otras con la minoría progresista. ¡Qué desfachatez! Su anómalo comportamiento aumenta la incertidumbre que se cierne sobre la venerable institución. Supongo a los feacios al tanto de la polémica que estos días se ha desatado con el boicot del PSOE e IU a al discurso del presidente del Consejo en el inicio del año judicial. Lo más llamativo de todo es la falta de escrúpulos de los partidos políticos al hablar de un poder del estado independiente del poder legislativo. Que en el fondo la independencia no era tal lo sabíamos desde hace tiempo, pero al menos podían disimular, hacer como si…, pero nada, total para qué si lo que demanda la clientela es que los suyos tengan la sartén por el mango o en todo caso que se pongan de acuerdo para repartirse una cuota en el Consejo que satisfaga a ambos. Yo por mi parte pienso que lo mejor sería que el magistrado disidente convocara a cuatro amigotes y montarán el Consejo a su bola.

El problema actual viene de lejos y ningún partido está libre de culpa. De aquellos barros, estos lodos:

La Constitución española de 1978 en su Título VI, art. 122 establece la forma de elección de los miembros del consejo general del poder judicial, que es el órgano de gobierno del poder judicial y que, entre otras funciones, se encarga de elegir a los presidentes de sala del Tribunal supremo y Tribunales de justicia de las Comunidades Autónomas y a exigir responsabilidad disciplinaria a jueces y magistrados, por citar las más importantes. Según este texto, el Consejo General del Poder Judicial está integrado por veinte miembros nombrados por el rey por un periodo de cinco años. De estos:

  • Doce entre jueces y magistrados de todas las categorías judiciales, en los términos que establezca la ley orgánica
  • Cuatro a propuesta del congreso de los diputados y cuatro a propuesta del senado, elegidos en ambos casos por mayoría de tres quintos de sus miembros, entre abogados y otros juristas, todos ellos de reconocida competencia y con más de quince años de ejercicio en su profesión.
Evidentemente el espíritu de la ley constitucional deja el designio político a la minoría de miembros (8 de 12). Se podría haber puesto que de esa manera se eligen los 20, pero deja los otros 12 para que se elijan como la ley determine; no hace falta ser un experto en la materia para comprender que de manera diferente a como se elijen los otros 8.

Fieles a ese espíritu, el parlamento de la época de Suárez elaboró la Ley Orgánica 1/1980, de 10 de enero, del Consejo General del Poder Judicial, que establecía que los doce vocales que la constitución dejaba al margen de su elección parlamentaria, serían elegidos por todos los jueces y magistrados que se encuentren en servicio activo, mediante voto personal, igual, directo y secreto, admitiéndose el voto por correo.

El parlamento felipista, dio un golpe de mano a la independencia judicial, con la redacción de Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial, que modifica la forma de elección de los esos 12 vocales, de manera que el Poder Judicial propone a 36 candidatos, de los cuales 6 son elegidos por mayoría de 3/5 partes del Congreso de los Diputados y los otros 6 por mayoría de 3/5 partes del Senado. De esta forma los 20 miembros del Consejo pasaban a ser elegidos por el parlamento y se establecía el tristemente célebre reparto por cuotas de partido de la totalidad de sus miembros. Que estas modificaciones las hiciese el partido socialista en el poder, no exime de corresponsabilidad al PP, porque, en su campaña para las elecciones de 1996, Aznar prometió volver de nuevo a la elección del Consejo como en tiempos de UCD. Lamentablemente todas las promesas quedaron sepultadas con la euforia de la victoria. A fin y al cabo el control del órgano rector de los jueces es un caramelo demasiado dulce para dejarlo de lado.

A mi modo de ver sólo caben dos opciones: o volver al sistema de la época de Suarez o plantear una reforma de la constitución que acabe con la apariencia de separación de poderes.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Guía de prevención para el nuevo curso político.

Ayer viernes, el profesor Innerarity publicó un artículo en El País acerca del papel que la izquierda tiene en el mundo contemporáneo; su reflexión se refiere a la izquierda de forma general, pero bien podríamos aplicar su análisis al estado lamentable de la actual izquierda española.

Según el filósofo, se ha producido en los últimos años una inversión ideológica entre la izquierda y la derecha: tradicionalmente, la derecha se consideraba a sí misma conservadora en virtud de una concepción pesimista de lo antropológico y lo social, que la llevaba a tratar de conservar estructuras, conceptos y valores que, si bien era injustos, no lo eran demasiado puestos en una balanza a tenor de las virtudes y los vicios; la derecha era pesimista, poco confiada en el progreso y en el futuro, y tendente a justificar la “inevitable” injusticia y desigualdad social. La izquierda, en cambio, era optimista, confiada en el futuro desde donde hacía sus cálculos reformistas y revolucionarios, y con un ansia progresista que acabe con la injusticia social y restaure el reino de los cielos en la tierra.

Actualmente, ocurre, según Innerarity, una situación contraria. La derecha se ve a sí misma como optimista y confiada en la mejora del futuro por vía del reformismo; el ejemplo claro lo sitúa el autor en Francia, en la figura del presidente Sarkozy, quién ha prometido una profunda reforma de las estructuras del estado francés. La izquierda actual, por el contrario, se presenta de una forma mucho más sombría, heredera del pesimismo de la antigua derecha. Ve el mundo, como un gigantesco monstruo maligno, que se despliega a través del omnipresente mercado global, frente al que únicamente es capaz de adoptar una postura ética y estética; la izquierda culpa al mercado, al liberalismo y a la globalización, como la raíz de todos los males. Pese a ello, está lejos de proponer una alternativa o siquiera pensar que el mercado puede ponerse al servicio de los valores tradicionales de la izquierda (justicia social e igualdad). Encerrado en esta visión reduccionista y simplista, la izquierda sólo sabe proponerse a sí misma como una alternativa moral, o como una actitud meramente estética, postura que lleva a miles de jóvenes a comprar camisetas del Che estampadas en las fábricas de Inditex del sudeste asiático. Consciente de ello, la posibilidad de movilizar sus bases sociales pasa, inevitablemente, por el descrédito moral y estético de su oponente: los otros son malvados que envenenan los mares, explotan a niños del tercer mundo, especulan con nuestro futuro, se enriquecen con nuestra desgracia, contaminan la atmósfera, alteran el clima y visten con jerseys de angora, marca Pull&bear, comprados en El Corte Inglés … todo eso nos hace buenos a nosotros (aunque no tengamos una alternativa para ninguna de nuestras denuncias). Al mismo tiempo, se hace eco de las causas de los excluidos, se convierte en abogado del pluralismo y defiende los derechos históricos de los pueblos “oprimidos”, no para construir una alternativa de poder, sino para reclutar aliados, porque de eso se trata, de concebir la política en términos puramente militares, sumar adeptos a nuestra causa y aislar al enemigo por todos los flancos posibles.

La actual política española, que comienza ahora un nuevo curso cargado de promesas de repetición de todo lo anterior, es un ejemplo fantástico de todo lo que nos dice este profesor de filosofía. La alianza de Zapatero con el nacionalismo periférico y el compromiso con sus reivindicaciones históricas, la implantación a nivel nacional de la nueva asignatura, manual del buen ciudadano, la movilización de todo el aparato para desprestigiar alternativas de izquierda que puedan ser viables pero que se salgan de este esquema (como el caso de Ciutadans o el partido que esperamos funden Rosa Díez y Fernando Savater), el paulatino desmantelamiento del estado en forma de un incremento de competencias de las Comunidades Autónomas, y las leyes propagandísticas y promesas de ayudas a los oprimidos, que cada dos o tres meses se anuncian a bombo y platillo (matrimonio, vivienda, igualdad, maternidad), son parte de un cuidado de diseño político de una izquierda que, hoy por hoy, carece de identidad y definición y, como tal, solo puede jugar al “yo soy bueno porque ellos son malos”
... A cada uno le toca decidir si prefiere ser un adepto o que le tomen por malo.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Cuius regio, eius religio.
Borja Lucena


Casi atolondrado por el intercambio incesante de argumentos y el derroche de retórica que acompaña a la introducción en el sistema educativo de la asignatura de "Educación para la ciudadanía", creo que es prioritario intentar adivinar qué se esconde bajo la angélica verborrea que trata de promocionar una asignatura de contenido evanescente y líquido -vamos, lo que siempre se ha llamado "una maría"- como la cura de todos los males educativos. Bajo los pesados adornos ideológicos parece descansar una consecuencia inevitable: los alumnos saldrán del instituto sin idea alguna de matemáticas, sin dominio del lenguaje que se extienda más allá del balbuceo, sin conocimientos de arte y filosofía, pero "sintiéndose"-porque se trata de una asignatura planteada en el marco inclasificable y equívoco de los "sentimientos"- "ciudadanos". Muchos han apuntado al carácter doctrinario de la asignatura, pero es importante también subrayar el menoscabo educativo que supone eliminar todo tipo de contenidos y conocimientos en favor del aprendizaje de fórmulas y consejas morales estereotipadas. Me temo que es ya irreversible la transformación de la figura del profesor de filosofía en "párroco de ciudadanía"

Últimamente he llegado a dudar de la auténtica motivación de esta "Educación contra la ciudadanía". La verdad es que me ha llegado a parecer impulsada antes por la simple estupidez que por una voluntad de control y uniformización política que exige derroches intelectuales notables. No obstante, las declaraciones de la mimistra del ramo me han obligado a desdecirme y admitir que esta nueva asignatura se encamina -como tantas cosas en España- a la creación de parroquias y feudos ideológicos. La noticia reveladora ha sido que el Ministerio de Educación ha declarado que los colegios concertados y privados tendrán libertad para "adaptar" el currículum a sus propios supuestos ideológicos; es decir, el ministerio ha reconocido a los colegios católicos el derecho a adoctrinar según su gusto, así como se reserva la potestad de catequizar según la ideología "progresista" en el seno de la escuela pública. La transacción ha sido modélica, ya que a cambio de colaboración y silencio cómplice se otorga a ese sector de católicos acomodaticios y subvencionados -¡ay!, ¡su reino sí es de este mundo!- la facultad de hacer de su capa un sayo en materia educativa Queda dicho que el objeto de la educación no es la transmisión de conocimientos que convierte al súbdito en ciudadano, sino la condena a ser tiranizado por el dogma que el educador, sea éste el estado o un particular, se avenga a imponer.

Como la historia parece cumplir tan a menudo el papel de "maestra de la vida" que muchos clásicos le asignaban, no he podido evitar acordarme del Tratado de paz firmado por las principales potencias europes en 1648. En ese año, al finalizar la gran guerra religiosa que asoló a Europa en el siglo XVII, las potencias firmantes reflejaron la fórmula "Cuius regio, eius religio" como solución al enfrentamiento religioso entre los católicos y las distintas confesiones reformadas. En vez de consagrar el derecho individual a la práctica de cualesquiera creencias o religiones, se establecía que los individuoa serían adscritos forzosamente a la religión practicada mayoritariamente en la región en la que les había tocado en suerte nacer. De hecho, esto significaba que el rey o señor de cada uno dictaminaba cuál era la religión que debía mantener y cuáles las verdades que debía aceptar. En consonancia con ello, y dando muestras de una "memoria histórica" bien loable, el propio gobierno que promociona la reforma educativa se ha retratado -a pesar de los reiterados esfuerzos por transmitir la convicción de que la nueva asignatura "no tiene propósito adoctrinador"- al desempolvar la vieja fórmula que, publicitada por algunos como modo de salvaguardar la libertad religiosa, sirvió para enterrar a los europeos bajo la voluntad omnímoda de sus señores: cuius regio, eius religio.

Desde la modesta posición de profesor condenado a educar contra la ciudadanía sólo me queda escribir estas palabras desesperanzadas: estoy harto de dogmas, de recetillas, de cuentos morales que enseñan el Bien que al poder convenga. Me da igual que la escuela adoctrine en el dogma católico tridentino, el calvinista o la beatería "progresista", porque en todo caso, en vez de promocionar la libertad propia del ciudadano, sólo servirá al propósito de extender la peste de la servidumbre.

sábado, 1 de septiembre de 2007

¿Una despedida?

[Nota preventiva: lo que sigue es un homenaje a mi tía Menchu, muerta el jueves. Se lo debo. Quizás pueda parecer impúdico o injustificable hacerlo aquí, pero el imperativo de sinceridad con que emprendimos el proyecto de "feacios" me permite atreverme a escribir aquello que en cada momento me venga en gana, incluso a utilizarlo como improvisado diario. En lo venidero podremos entregarnos de nuevo al siglo.]

Viernes, 31-VIII-2007

Ayer murió Menchu. Cuando el sábado la visitamos, en el Hospital de La Princesa, su cara palidecía señalando el rictus inequívoco de la muerte; su voz débil aún tenía fortaleza para mostrar cierto ánimo y, sobre todo, transmitirlo, pero sabía que esta vez se moría. En el momento de despedirnos dio muestras evidentes de echarse a llorar, y yo escapé para no unirme a su llanto. Desde entonces su semana se ha acompasado a una lenta agonía, a un progresivo apagarse, a un irse sin remedio. A pesar de todo, yo seguía en la certidumbre de su inmortalidad, obcecado en no advertir que estas jornadas eran las del crepúsculo. Ayer la vi por última vez; adormecida por la morfina, y apenas capaz de mascullar alguna palabra inteligible, despertó de su morir para acoger a los que quería con el mismo afecto y benevolencia con los que solía obsequiarnos. Su frente estaba empapada de sudor frío y el cabello escaso se arremolinaba en el más auténtico desorden. Su mirada se perdía en lejanías de difícil cálculo. Aproveché un momento de relativa lucidez para preguntarle si me reconocía: "Mi Borja querido", dijo escapando del lenguaje caótico en que se hundía a cada poco. Esta vez no pude evitar llorar francamente, y el miedo a que me viera desconsolado me hizo volverme hacia una ventan que se asomaba, desde el piso noveno, a mi Madrid soleado de finales de agosto. El tiempo que pasé con ella, quien apenas advertía ya el mundo en derredor y dialogaba consigo entre la quimera y la nada, no cesé de aferrar su mano, como si así quizás pudiera evitar que marchara. Al despedirme besé su frente fría y le dije que hoy volvería a verla, que no se fuera de allí y esperara. Pero hoy ya está muerta. Mi Menchu querida.

El hecho rotundo de su muerte, el milagro de la desaparición, me lleva hoy a una pregunta desacostumbrada en esta vida empapada de lo efímero. Una pregunta que para Unamuno era la única crucial: ¿Tenemos un alma inmortal? Y si no es así: ¿Qué hacer? ¿Vale la pena esta duda?

sábado, 21 de julio de 2007

La última flor de la primavera

La última flor de la primavera
fue el charco oscuro de amapolas
que la fortuna dejó, temblando,
a orillas de la carretera.

Esther Antón murió el 3 de julio en la carretera que une Soria con Almazán. Tenía 29 años.

martes, 10 de julio de 2007

IZQUIERDA IZQUIERDA, DERECHA DERECHA....
Borja Lucena


Las tardes del estío - mientras el sol desciende lento hasta ocultarse tras los montes azules, mientras el tiempo se arrastra aturdido por el calor y la desidia – parecen pensadas para no pensar. Llega el momento de la inactividad y la sombra. Aún así, antes de abandonarme al bendito ocio, me gustaría referirme a lo que también en verano es constante, a esa condenada obsesión por pensar la política desde la oposición Izquierda-Derecha. Y es que, oyendo a algunos - más que enterarme de lo que pasa en política - recuerdo con nostalgia el baile de la “Yenka” que en mi niñez oía.

Hay distinciones propias de realidades ya caducas, como quien sueña pertenecer a una época en la que existían dragones que matar y princesas que rescatar del mal para siempre. Tiempos pasados que, por interés o por nostalgia, se pretende mantener en la vida artificial de las quimeras. Los periodistas, los opinadores profesionales, los mejoradores de la humanidad, los ascetas del ideal… todos miran el mundo y ven a la humanidad dividida en dos bandos irreconciliables; la mayoría habla de “izquierdas” y “derechas”, o de “progresistas” y “reaccionarios”. El mundo, la naturaleza indefensa bajo el sol inclemente de julio, el espíritu que tantas cosas habita, permanecen mientras tanto indiferentes ante esas polaridades absurdas. Nada dicen sobre lo real. Aparte de a una relativa disposición espacial, el opinador no apela con sus palabras prefabricadas a la consistencia de las cosas. Señala, más bien, su incapacidad para advertir la acrisolada complejidad de la realidad; su discurso es pura autorreferencialidad y cuenta, sobre todo, la historia de la torpeza del pensamiento para contemplar la equivocidad fantástica del mundo y las obras humanas.

¿Qué dice actualmente de algo o de alguien tildarlo de “derechas” o de “izquierdas”? ¿Qué dice de una novela? ¿Qué añade a la intelección de un acto criminal o una acción generosa? ¿Qué dice de un estado o un gobierno? La cuestión que hace valedera una distinción es: ¿sirve realmente para aprehender algo existente? En caso contrario, y a lo sumo, nos hallamos ante una mera distinción de razón. En el caso aquí considerado, incluso habríamos de hablar de una mera distinción de deseo, a saber, un axioma introducido con el fin de crear una ficción más adecuada que la nuda realidad al anhelo de simplificación propio del pensamiento más chato. La actualidad de estas dicotomías de anticuario satisface perfectamente el ansia de claridad de la masa moderna, pero en nada a la realidad siempre inquieta. Es preciso abandonar los ajados esquemas del siglo XX y atreverse a pensar sobre la cosa misma. Es necesario inventar de nuevo el modo de pensar en política y mandar a retiro el repertorio conceptual ya inservible. ¿O pretendemos seguir viviendo - una, mil veces más - el infierno político que fue el siglo XX?

Hitler exterminó a más de seis millones de judíos; Stalin, según los cálculos más benévolos, a veinte millones de rusos, ucranianos, polacos…. Ambos construyeron sobre la tierra lo que en el imaginario de épocas pasadas pertenecía únicamente al más allá: el infierno. Persiguieron, tiranizaron, torturaron, asesinaron con escarnio a todo aquel que reservara para sí cualquier hálito de pensamiento o acción libres. ¿Qué distinción real existe entre ellos para caracterizarlos esencialmente como “de izquierdas“ o “de derechas”? ¿Qué diferencia sus actos, su pretensión de dominio, su poder inabarcable? La información así proporcionada es mínima y, con respecto a lo sustancial, accesoria. ¿Qué capacidad tiene la dicotomía para interpelar a la realidad y acercarnos el conocimiento de lo que realmente es? Pretendemos comprender, pero nos sirven clichés y distinciones de razón incapaces de dar cuenta de lo que en verdad pasa. Las diferencias reales pesan sobre los hombres que respiran, que salen a comprar el pan, que trabajan y aman, que hablan entre sí. Pero sobre lo real y concreto de la vida nada nos dice aquel que contempla el mundo circundante desde la dicotomía. Si no, ¿qué distinción real nos puede empujar a elegir vivir en una sociedad o bajo un gobierno definidos como como “de izquierdas” o “de derechas”? ¿Acaso tiene algo que ver el laborismo inglés con el comunismo estalinista? ¿Tiene parecido alguno el Partido Conservador de Churchill con el nacionalsocialismo? Nada refiere aquella catalogación, y, de hecho, existe gran semejanza recíproca, precisamente, entre los primeros y segundos términos de ambas series, aunque sean generalmente cifrados como antagónicos en el seno de la separación entre “izquierda” y “derecha”. Ante semejantes refutaciones fácticas, el buen observador se ve empujado a admitir que la separación entre “izquierda” y “derecha” sencillamente no funciona al volcarse sobre el mundo, y que, más bien, parece provenir del imperativo narcisista y pueril de demostrar que uno pertenece a la sección de “los buenos”.

Los notables parecidos de familia que encontramos entre el nacionalsocialismo y el estalinismo nos hablan de una unidad artificiosamente rota por el empleo de conceptos inadecuados. Sabemos de la grandísima confianza que Hitler inspiraba a Stalin al firmar el pacto germano-soviético de 1939. Sabemos también de halagadores comentarios del alemán hacia el movimiento comunista. En verdad, ambos eran incompatibles – mas no por pretender fines contradictorios - sino porque querían lo mismo: el dominio absoluto. También aborrecían solidariamente a los sistemas políticos occidentales. He ahí la distinción real, la existente entre sociedades organizadas en torno a la idea occidental de libertad y garantía jurídica frente a las reunidas en torno a una ideología omnímoda, sea ésta la de las leyes raciales o la de las leyes económicas y la lucha de clases. Frente a esta realidad apabullante nada dice la distinción izquierda/derecha. Yo, decididamente, soy en principio indiferente a que gobierne lo que llaman “la izquierda” o “la derecha”, pero, eso no, no ante la introducción del absoluto en política, no ante las fuerzas políticas que asumen la libertad individual o aquellas que pretenden superarla, no ante la posibilidad de vivir en un estado liberal occidental o hacerlo en la Alemania nazi, o la Rusia comunista, o la comunidad árabe de los creyentes.

sábado, 30 de junio de 2007

San Juanes

Las fiestas de San Juan, en Hernani, no fueron diferentes de otros años. La plaza del pueblo llena de gente y niños corriendo entre las piernas de los vecinos recogiendo los caramelos que se arrojaban desde los balcones del ayuntamiento; los cabezudos y gigantes habituales, con otras caras, dándole el color que le falta a la plaza un día normal y mucha gente. La ausencia de “cartelería” proclamando las ya eternas reivindicaciones, con los mismos colores, presagiaban unas fiestas más lúdicas, menos políticas y ponían un interrogante de moderación encima de la alcaldesa de ANV. Los carteles que no estaban en la plaza, estaban en la “Kale Nagusia” sí, pero no en la plaza.

Todas las dudas se despejaron cuando, desde el balcón del ayuntamiento, se gritaron las habituales consignas, los “goras” de siempre, transformando, una año más, las fiestas, en determinado escenario político. Hernani es uno de los pueblos más importantes del País Vasco y uno de los más grandes de Guipúzcoa. Tradicionalmente es un feudo del nacionalismo radical y cuna de muchos de los “gudaris” repartidos por las cárceles españolas. Todo esto se ha visto reflejado de manera evidente en las pasadas elecciones municipales. Si las urnas del 2003, sin Herri Batasuna, mostraban que un 46 % de los votos caían en los bolsillos del Partido nacionalista vasco, logrando así la mayoría absoluta, en esta ocasión, ese porcentaje ha sido para las alforjas de ANV, obteniendo una mayoría simple; el nacionalismo es hegemónico en este pueblo guipuzcoano; entre ANV, PNV y Eusko Alcartasuna, suman doce de los diecisiete concejales que forman el ayuntamiento. El resto, PSE, PP y Ezker Batua, la versión vasquizada de Izquierda Unida. En Hernani, por tanto, parece que ser nacionalista no es una opción política más, sino un carácter casi identificador de sus ciudadanos, una segunda naturaleza.

En un panorama semejante, resulta difícil que las fiestas de San Juan, o cualquier otro evento cultural, deportivo… etc, no sea politizado. Si hay algo que identifica al nacionalismo es su condición perenne de lucha militante, y cualquier ocasión debe ser usada para sacar las banderas que nunca cogen polvo.

El panadero que hace el pan a las cinco de la mañana, los policías municipales que ordenan el tráfico, los camareros del bar del frontón, del asador o de la taberna, el médico, la asistente social, las maestras de infantil de la guardería, el viejo que arregla bicicletas o el joven licenciado en económicas que atiende en el mostrador de la Cutxa… todos, de forma más o menos normal, aceptan y viven en el nacionalismo. Muchos de ellos gritan “gora” en el momento de las proclamas desde la casa del pueblo.

La interpretación distorsionada desde la cual el “nacionalismo radical” es la visión neurótica y enloquecida de unos cuantos descerebrados y desalmados vascos o catalanes, no es mucho más que una mala metáfora explicativa o un buen insulto, y sólo contribuye a agrandar el carrusel de los reproches mutuos. En Hernani votan a ANV de forma mayoritaria, y no lo hacen sólo las madres de los asesinos encarcelados, lo hace gente normal y corriente; y los que no votan a los “radicales”, por lo general lo hacen a nacionalistas que, la verdad, no parecen mucho menos radicales. Podemos seguir pensando que el nacionalismo es esa enfermedad social que pudre la parte racional de los cerebros y convierte a hombres con todas las posibilidades en militantes obedientes de causas sublimes, pero falsas. Sin embargo este pensamiento, esta interpretación, sólo servirá para tener buena conciencia de nosotros mismos, que conservamos nuestras facultades intelectuales en plena forma. Y si nos tomamos en serio, lo mejor sería reivindicar un mayor gasto público en salud mental, con cargo a los presupuestos generales del estado y poner un psiquiátrico en cada calle de cada pueblo de Guipúzcoa; aún así, tal vez, no daríamos abasto.

A mí me gustan los Sanjuanes en la playa, sin banderas ni proclamas políticas, saltando por encima de las hogueras y a las doce mojándome los pies en el agua del Mediterráneo. Me gusta que mis hijas disfruten de esa mezcla de luz y oscuridad. Si viviera en Hernani, las llevaría a por caramelos a la Plaza y a que corrieran delante de los cabezudos, pero me disgustaría que también participasen de la militancia nacionalista, eso le resta brillo a la noche más luminosas del año.

Por eso creo que, en este país, necesitamos políticos valientes que, haciendo oídos sordos de cualquier militancia miren cara a cara a los ciudadanos y les pregunten, ¿qué es lo que TU quieres? Me gustaría que un gobierno, sin negociar con E.T.A, ignorándola y condenándola al más cruel de los desprecios, sin intermediarios como el PNV, sin campañas, ni carteles, ni proclamas desde los balcones de las casas consistoriales, fuera capaz de preguntarle a los vascos o a los catalanes qué es lo que quieren. Basta ya de medias tintas, de tanta reivindicación de autodeterminación, de tanto nacionalismo militante; es el momento de que alguien empiece a hablar de independencia y le pregunte a los ciudadanos, no a los partidos ni a los grupos terroristas, si quieren formar un estado propio independiente. Y es hora de que alguien diga claramente que la respuesta de la ciudadanía debe ser vinculante.

domingo, 24 de junio de 2007

Dialogo acerca del concepto de Ideología a partir de un texto de Rorty.
Eduardo Abril Acero

Presento aquí dos textos con un doble sentido: en primer lugar para rendir un modesto homenaje a uno de los pensadores más importantes del siglo, recientemente fallecido, el americano Richard Rorty, y en segundo lugar para iniciar un debate que ya viene haciéndose habitual en el universo Feacio: la ideología.

El primero de los textos, “Orquideas silvestres y Trotsky”, publicado en “Filosofía y Futuro”, es un artículo donde el propio Rorty hace una biografía intelectual de sí mismo y expone algunas de sus mejores ideas en un tono distendido. El propósito principal de este texto, además de servirnos para debatir lo que se propone, es el de presentar a este filósofo, no tanto en su filosofía por cuanto en su actitud frente al mundo, especialmente a la política. Este carácter, el del “ironista” según sus palabras, es precisamente la actitud ética y política que este filósofo reivindica para los ciudadanos comprometidos verdaderamente con la democracia y es, además, una actitud que me parece sana y tolerante sin caer en el “estupidismo progre” de la izquierda ni en el esencialismo de la derecha; me recuerda, a veces, a la actitud de nuestro amigo (conocido por muchos de vosotros) Santiago Redondo, el intelectual de Roundfield.

Respecto de la segunda propuesta, propongo el primer capítulo de una de sus mejores obras: "Contingencia, Ironía y Solidaridad"; se trata de reflexionar acerca de la distinción entre discursos no ideológicos, que se mueven en entornos de verdad y racionalidad más “aceptables” y discursos falseadores que, mediante mentiras y engaños, pretenden obtener un rendimiento al margen de lo propuesto. La ideología es vista tradicionalmente como una forma de pensamiento que abarca todos los ámbitos de la vida de los individuos, negándoles precisamente la individualidad y convirtiéndolos en engranajes de una máquina totalitaria. El debate está, por tanto, en precisar y discutir acerca de la diferencia entre “verdad” y “mentira”. ¿Hay discursos más verdaderos que pueden ser guía política, ética y científica de la actividad humana? ¿hay discursos mentirosos y falseadores que, precisamente por su carácter de “impostores” deben ser denunciados y rechazados como guías en estos ámbitos?

Como muchos ya sabéis, mi postura en esta cuestión está alejada de este planteamiento. Partiendo de Nietzsche y desembocando en Rorty y, a través de él, en Wittgenstein y Davidson, me sitúo en la línea que defiende la imposibilidad de distinguir, en lo político, entre un léxico que es “ideológico” y uno que no lo es. Es imposible, sencillamente, porque como ya señala Nietzsche, en un sentido extramoral, la verdad y la mentira no es algo que se averigüe en el universo de los “hechos”, sino algo que se decide en el entorno social, convencionalmente, y no necesariamente como resultado de pactos voluntariosos, libres y racionales.

Rorty, en el primer capítulo de “Ironía Contingencia y Solidaridad” que aquí expongo, traza un argumento muy sólido contra la pretensión de establecer una línea divisoria entre los discursos y léxicos verdaderos, y los discursos y léxicos falsos. Y no por ello, cae irrevocablemente en el relativismo y en posturas políticamente irresponsables, como ha sido acusado, entre otros, por Leo Strauss.

En una colección de entrevistas a Rorty que edita Eduardo Mendieta en Trota ("Cuidar la Libertad" 2005), Derek Nystrom y Kent Puckett, trazan una descripción brillante de esta posición rortiana que, sin caer en el referencialismo y el esencialismo, es capaz de esquivar el relativismo y el llamado “pensamiento débil”. Allí, escriben estos dos filósofos americanos que, para poder escapar de la idea según la cual podemos considerar la política o la filosofía, como un gran espejo que contiene imágenes de la realidad, algunas más correctas y algunas más falsas…
“deberíamos contemplar los modos en que describimos y explicamos el mundo como herramientas que nos ayudan a funcionar en ese mundo, en lugar de cómo representaciones del mundo de las que se pueden decir que son más o menos correctas. Rorty está aquí hablando de todo tipo de prácticas lingüísticas: enunciados científicos, observaciones mundanas y de otros tipos. Por ejemplo, ahí donde el filósofo tradicional escribe como verdadero el enunciado de Newton de que la fuerza es igual a la masa por la aceleración, porque ofrece una imagen adecuada del mundo, y por tanto se corresponde con la realidad, Rorty nos incita a contemplar la fórmula de Newton como verdadera porque nos proporciona una herramienta efectiva para llevar a cabo determinadas tareas en el mundo”.
A esta teoría se le podría objetar que cae en el relativismo, sin embargo, como señalan Nystrom y Puckett a favor de Rorty:
“si no contamos entre criterios trascendentales y fundacionales para escoger entre lenguajes o visiones del mundo, ¿cómo podemos argumentar, por ejemplo, contra los nazis? Y si además el vocabulario político y moral propio es un producto contingente de un tiempo y un lugar ¿cómo se puede estar motivado para defender los valores de este vocabulario?
El libro de Rorty “Contingencia, Ironía y Solidaridad”, publicado en 1989, puede ser considerado como un intento de respuesta a estas preguntas. En el libro se mantiene que “las nociones de criterio de elección […] dejan de tener sentido cuando se trata de un cambio de un juego del lenguaje a otro” por la sencilla razón de que tales criterios y elecciones no pueden ser formulados más que en los términos de un juego del lenguaje específico. Los cambios en vocabularios son el resultado, según Rorty, de la capacidad de lo que él llama la “redescripción”. Rorty se sirve de la teoría de Thomas Khun acerca de las revoluciones científicas para recordarnos que la mecánica galileana no suplanto las concepciones aristotélicas del mundo porque la primera fuera una elección superior basada en un conjunto mutuamente aceptable de criterios; por el contrario Galileo ofreció un conjunto enteramente nuevo de criterios de investigación intelectual que desplazó a los aristotélicos. Galileo redescribió el mundo que había sido anteriormente descrito por Aristóteles al ofrecer un nuevo juego del lenguaje que consiguió que el viejo ya no resultase. Por consiguiente la conclusión de Rorty es que “nada puede servir como crítica de una léxico último salvo otro léxico semejante: no hay respuesta a una redescripción, salvo una re-redescripción.
El tipo de intelectual que Rorty prefiere, por tanto, es aquel que se familiariza con tantos vocabularios y juegos del lenguaje como le es posible, aquel que se pone al corriente del mayor número de novelas y etnografías. Al hacerlo, este intelectual se convierte en un “ironista” de su propio vocabulario [..] Las novelas y las obras de etnografía que nos hacen sensibles al dolor de los que no hablan nuestro lenguaje deben realizar la tarea que se suponía que tenían que cumplir las demostraciones de la existencia de una naturaleza humana común. Por consiguiente la réplica pragmatista de Rorty a la “cuestión nazi” podría consistir en dos partes. En primer lugar, no se refuta a los nazis ni ninguna otra visión del mundo; se ofrece más bien una redescripción del mundo que logra hacer que su descripción sea insostenible. En segundo lugar el intelectual propiamente ironista, con su gran surtido de conocimientos, habrá leido demasiadas novelas y etnografías como para dejarse engañar por un vocabulario que se cree en relación privilegiada con la verdad y que ignora el dolor de los demás”

Los textos propuestos se pueden descargar en estas direcciones:

"Orquideas silvestres y Trotsky" en "Filosofía y futuro" de Richard Rorty.

"La contingencia del lenguaje" en "Contingencia Ironia y Solidaridad" de Richard Rorty.

jueves, 21 de junio de 2007

Un asunto menor.
Óscar Sánchez Vega

La política española produce en mí extraños efectos: hastío, aburrimiento y, sobretodo, resignación en relación a los grandes problemas que aquejan al país (terrorismo, nacionalismo, educación etc.) pero ocasionalmente un estallido de indignación por algún asunto menor que pasa generalmente desapercibido.

Recientemente la ministra Salgado (que siempre me recuerda el dicho ese que afirma que cuando el diablo está aburrido mata moscas con el rabo) ha decidido prohibir que la publicidad de bebidas alcohólicas incluya informes que confirmen que su consumo moderado tenga algún efecto beneficioso en la salud, AUNQUE SEA VERDAD. El asunto me deja tan perplejo que temo no haber entendido bien: ¿quiere decir que si un estudio confirma, como ha sucedido, que el lúpulo de la cerveza es beneficioso para disminuir el colesterol tal estudio no pude ser publicitado? Efectivamente.

La ofensiva del pensamiento políticamente correcto alcanza aquí una de sus más altas cotas. La prepotencia de sus adalides se manifiesta de manera tan evidente que es un interesante ejemplo para ser analizado como síntoma de la sociedad que nos ha tocado vivir. La verdad contra la corrección. ¿Deben saber los ciudadanos los beneficios de un consumo moderado de cerveza o vino o es preferible mantenerlos ignorantes instalados en el miedo a las múltiples enfermedades asociadas con el consumo de bebidas alcohólicas? En el fondo el dilema es ¿tratamos a los ciudadanos como niños o como adultos? ¿Les informamos o les “cuidamos” aunque no quieran? ¿Confiamos en la libertad indivual o instauramos lo que hace tiempo Savater denominó un Estado clínico que tiene como misión imponer la salud a toda costa? Como si la salud fuera un concepto unívoco que pudiera ser explicitado desde el poder e impuesto a los súbditos (ya no ciudadanos) en aras del bien común.

Pero todo lo anterior no es nuevo, viene de lejos. La novedad es la desfachatez de la nueva propuesta: “…aunque sea verdad.” …¡qué más da! Lo importante es que “seamos buenos”, que nos dirijamos hacia el cielo de Salud por los senderos trazados. ¡Qué cerca están los nuevos redentores de los viejos moralistas!

miércoles, 13 de junio de 2007

El proceso de paz y otros procesos.
Borja Lucena

Cuenta Heródoto que Creso, después de ser derrotado por Ciro el persa y despojado de su imperio magnífico, preguntó a los dioses por qué le habían animado a entablar combate sin ayudarle a obtener una victoria que justamente merecía. Él había honrado a los dioses, les había ofrecido riquezas incontables y dones superiores a los de cualquier mortal. Se merecía un triunfo incontestable y, al contrario, había obtenido la ruina de su reino y la esclavitud. Creso envía un emisario al Oráculo de Delfos con el fin de interrogar a Apolo. Por boca de la Pitia, el dios se muestra intransigente ante la petición de cuentas exigida. En un discurso que prefigura con perfección la retórica del funcionario irresponsable – del kafkiano servidor del estado que da curso a todo mandato venido de arriba sin interrogarse sobre su naturaleza, del que sometido vilmente a un sistema de automatismos alardea de ser incapaz de tomar decisiones- Apolo se limita a decir que los dioses están tan sometidos al destino como los mortales. Los dioses que todo lo gobiernan no son más que altos cargos del Orden Universal, pero tan carentes de responsabilidad y capacidad de intervención libre como el último de los bedeles.

Estos días, tras el fracaso del “proceso de paz” y otros procesos, se vuelven a destilar dosis tremendas de fatalismo griego entre nuestros políticos y periodistas. Ciertas declaraciones, si fueran bien escritas o mejor recitadas, engrosarían dignamente tragedias de título “Edipo en Oyarzun” o “Arnaldo encadenado”. Los titulares y artículos sesudos que tratan de explicar lo acontecido repiten fórmulas que, por el uso continuado e irreflexivo, han adquirido en corto tiempo la categoría de clichés: Batasuna ha demostrado ser rehén de ETA, o Las pistolas han doblegado a la rama de olivo ofrecida por Otegi en Anoeta, o los arbetzales dispuestos al diálogo se han visto apartados por los halcones de la banda. Es evidente que tal discurso conduce a exculpar a la llamada izquierda arbetzale de los desmanes que sus díscolos compañeros de doctrina están a punto de cometer: ¡Pobres! ¡Sometidos al inexorable orden de las cosas son tan poco responsables como los dioses lo eran con respecto a las desgracias de Creso! Como si de un proceso determinista se tratara, ellos han sido sólo elementos de la necesidad, no agentes libres que pudieran decidir qué hacer. Si acompañan a ETA, una vez más, no es porque así lo quieran, sino porque el orden de las cosas les conduce a ello.

Nos encontramos aquí con una repetida cualidad de las construcciones ideológicas: la emancipación del pensamiento con respecto a los hechos. Aunque los actos y dichos de Batasuna & Cía. repiten de manera clara su agresividad frente a la democracia, su tesón por alcanzar, sea como sea, una Euskal Herría socialista e independiente, su decisión de acosar y expulsar a todo aquel que no se pliegue a los dictados de la doctrina, es indispensable para la ideología pacifista el mantener interlocutores válidos para un futuro proceso de negociación. Por ello se despoja de significado todo lo que hacen y dicen los arbetzales y se les presenta como víctimas- ellos también y más que nadie, porque está atrapados en el empeño de que sus compañeros abandonen las armas- de ETA. Transitoriamente se pueden oír solemnes discursos en los que se proclame la lucha implacable contra el terrorismo o la unidad frente a la amenaza de los violentos, pero el veneno habita el lenguaje y delata el convencimiento ideológico de que la paz sólo es posible a través de un acuerdo negociado en el que se reconozcan las razones de cada parte.

Podemos seguir aferrados a “la esperanza” o “la ilusión” de la paz, o a cualquier otra sandez, pero es cuestión de mero realismo aceptar que estamos en guerra. Una guerra que, aunque no queramos oírlo, nos han declarado un puñado de fanáticos y patriotas dispuestos a morir por su idea. Estamos en guerra y debemos tener claro qué defendemos y contra quién. La realidad es algo complejo e incierto, algo siempre inasible para nuestro conocimiento exhaustivo, algo para lo que nuestro lenguaje demuestra ser tosco y sumamente imperfecto. Pero a veces los hechos nos golpean, nos salpican la cara de realidad, nos zarandean, gritan y bapulean de modo tal que no podemos más que –si no nos escondemos en la seguridad de estar ya en la verdad absoluta proporcionada por la ideología- corregir lo que pensamos e intentar prestar oídos a lo circundante. En el caso que nos ocupa, ¿Por qué se trata por todos los medios de exonerar a aquellos que, de manera evidente, están dónde y con quién quieren? ¿Por qué la doctrina oficial se dirige a eliminar su responsabilidad obviando de manera escandalosa los hechos que propician? Toda la arquitectura ideológica aquí trabada está infecta de buenos salvajes que “no saben lo que hacen”, pero ellos mismos nos recuerdan en todo momento que saben lo que hacen y persiguen lo que persiguen: la eliminación de toda disidencia y el poder absoluto. Mientras sigamos piadosamente adheridos a la obsesión ideológica por exculparlos de sus actos en razón del convencimiento de necesitarlos algún día para firmar la paz, la política española persistirá en su carácter impostor y falsario, y el estado de derecho sólo será un barniz extendido sobre un cuerpo corrupto gobernado por mafias, bandas y oligarquías. Y sin la belleza épica del universo y los dioses griegos.