Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

jueves, 19 de febrero de 2015

La democracia agonística.
Óscar Sánchez Vega

El modelo liberal concibe la política como una competición entre élites -en términos de Schumpeter- que defienden determinados intereses pero están de acuerdo en lo fundamental; de tal manera que lo que se dirime en unas elecciones es bien poca cosa (puedes elegir entre Coca-cola o Pepsi-cola), pues incluso los intereses corporativos que defienden unos y otros deben armonizarse e integrarse, a largo plazo, dentro de un marco institucional incuestionable. Actualmente, con la crisis de los Estados-nación, lo que se decide es aún menos, pues la política económica depende de instituciones supranacionales que no están sometidas al control democrático. Frente a este modelo podemos oponer la fórmula schmittiana que concibe la política como un enfrentamiento entre amigo y enemigo. No hay aquí espacio para consenso alguno. Más allá de los medios empleados -la guerra o el debate parlamentario- el objetivo es el mismo: aniquilar al enemigo. La política surge cuando, en virtud de los antagonismos que atraviesan la sociedad, nos reconocemos como un “nosotros” que se constituye, naturalmente, frente a un “ellos”. Estos son los dos extremos que operan hoy en día en la vida política: o enemigos o competidores. Si adoptamos una perspectiva liberal entendemos la confrontación política casi como una pantomima en la que no se dirime nada fundamental; si adoptamos una perspectiva schmittiana como un campo de batalla eterno e inclemente.

Chantal Mouffe propone un modelo intermedio: el modelo agonístico (de agon: contienda, disputa). Sostiene, con Schmitt, que los antagonismos sobre los que se levanta la vida política son irreconciliables, pero ello no nos debería llevar a tratar al otro como un enemigo al que es lícito privar de su vida o dignidad humana. Plantea Mouffe lo que denomina un “consenso conflictivo” que asegura, al menos, que el otro sea reconocido como adversario legítimo y no como enemigo. De este modo nos comprometemos a garantizar sus derechos fundamentales aunque, por otra parte, renunciamos a alcanzar un consenso con él, pues sabemos de antemano que nuestras posiciones son irreconciliables. La diferencia con el planteamiento de Schmitt es la siguiente: el “adversario” de Mouffe comparte con “nosotros” los principios ético-políticos sobre los que descansa la democracia -libertad, igualdad, derechos humanos…- pero los interpreta y aplica de forma muy diferente; en cambio el “enemigo” -el yihadista, el neonazi…- se sitúa fuera del espacio agonístico y no acepta los principios ético-políticos comunes; él es nuestro antagonista, por lo que no reconocemos su derecho a defender su posición dentro del marco democrático. El objetivo de la democracia es que el conflicto adopte una forma agonística, no antagónica. Ni enemigos ni competidores: adversarios. Esta es la fórmula de un modelo agonístico de la política.